(o como el órgano sexual del Chicamero se mistificó)
Fernando Salmeron
No es la casa del cachaco, pero hubiera podido ser |
Durante los días que los audaces y sacrificados miembros del equipo de tiro de la gloriosa iban a entrenarse en las lides del tiro con fusil, hubo uno en que por razón que no me viene a la mente, fuimos abandonados en el desierto. El gallardo sub-oficial Guevara, nuestro apreciado y bien denominado bulldog con resortes, no hizo su aparición, y tampoco el ómnibus del Colegio.
Después de múltiples deliberaciones en las que los seis miembros participaron, decidimos emprender nuestro regreso a Trujillo a pie, o por lo menos hasta la parte poblada, en la que de seguro habría algún micro que pudiéramos tomar. Los más acomodados, como Aldo y el Negro, opinaban que un taxi sería lo mejor, en cambio los más misios, como Chicamero y yo, se inclinaban por un micro o por “tirar dedo”, pero concluimos que teníamos que llegar a alguna parte caminando donde esa decisión fuera importante.
Los egregios miembros del equipo de tiro del Colegio que a mérito propio habían conseguido figurar en el equipo, éramos:
El Loco Antúnez, el Perro Muller, el Loro Campos, el Negro Cisneros, Chicamero Salazar y Nani “Cometín” Salmeron.
Quiero aclarar dos puntos en esta etapa de la crónica; en primer lugar, los méritos para ingresar al equipo no estaban solamente basados en la buena puntería, sino también en la velocidad e inteligencia de las decisiones tomadas y la falta de ética. Probablemente el desconocimiento de esta palabrita hizo que no la tomáramos en cuenta. Por último, hasta ahora ignoro por qué me decían Cometín, gratuito apodo que no tenía nada que ver con mi personalidad profunda y melancólica.
El objetivo era llegar a La Esperanza, el Pueblo Joven (barriada, en aquellos años) más cercano donde habría algunos vestigios de civilización. La caminata con fusiles Máuser bajo un sol primaveral inusualmente fuerte, y los uniformes de diablo fuerte con los que nos hacían vestirnos para las prácticas hicieron de la caminata un sofocante suplicio. Para mí, acostumbrado a la vida muelle y relajada, ligeramente grueso, con piernas muy gordas y cortas, amén de una frente amplia (clara señal de una inteligencia superior), que reflejaba el brillo del sol cual espejo, era particularmente odiosa. Siempre he odiado caminar, correr y cualquier actividad física en la que el concepto de “jugar” no esté incluido
Pero a pesar de mis quejas y continuos pedidos de descanso, totalmente ignorados por mis despiadados compañeros, logramos llegar a La Esperanza, pero no se veía ningún micro, y mucho menos taxis. Nos llamó la atención una casa situada a la derecha, pintada de vivos colores, sin faltarle ninguno. La fachada era azul eléctrico, con las cornisas de color naranja y si no me equivoco, los marcos de las ventanas eran de un marrón intenso. Pero destacaba no solo por eso, sino porque parecía la más cuidada de toda la zona. Indudablemente los propietarios se preocupaban mucho por el ornato, aunque fuera de muy mal gusto. Parecía el arco iris de la huachafería, y el Negro dijo:
- Les apuesto a que esa es la casa del cachaco
- ¡Fuera baboso! ¿Cómo vas a saber? Cualquiera puede pintar su casa así. – Aldo, siempre tan correcto en sus comentarios, increpó al Negro
- Sigo convencido que esa es. Vamos a chequear.
Todos se dirigieron a dicha casa, a pesar de mis improperios, pues significaba desviarse del camino.
Cuando llegamos, el Negro por la ventana, dijo a una mujer que estaba al fondo, cocinando:
- Buenasss… ¿Se encuentra el sub-oficial?
- La señora desde la cocina le contestó:
- No, mi hija ha tenido un accidente y la ha tenido que llevar al hospital. Felizmente no es nada serio, parece. ¿Lo buscaban para algo?
- No señora, nada más le dice que el equipo de tiro del San José Obrero pasó a visitarlo
- ¡Ah, ya! Yo le voy a hacer presente. Del San José Obrero dijo, ¿no? Ese es muy buen Colegio. Mi marido siempre me habla de lo educaditos que son todos. Vayan, vayan nomás, que yo le voy a decir. Gracias por visitar y ya saben, su casa cuando quieran
- ¡Gracias señora! – El grupo entero se tapaba la boca para no soltar la risa ante las sorprendentes palabras de la señora y el increíble instinto del Negro, aunque siempre existió la sospecha que el Negro ya había ido para mendigarle un par de puntos en la nota. Nunca se pudo probar nada.
Seguimos caminando y llegamos a la Huaca del Dragón, monumento histórico construido por los antiguos chimúes. Ya se veía más gente y más civilización. Quedamos en que lo primero que viéramos era lo que tomaríamos. Al poco tiempo y con todo el equipo en busca de movilidad, noté que el Chicamero no estaba. Felizmente divisé a lo lejos que venía de la Huaca del Dragón.
Cuando llegó, le pregunté:
- Chicamero, donde te fuiste?
- Nada, hermano, tenía que mear y me fui a una de las paredes de la Huaca. Estaba orinando tranquilamente, cuando escuché una voz que me decía:
- ¿Oiga usted, que hace miccionando ahí? ¡Está prohibido!
- Yo no sé qué quiso decir, y al voltear era un vigilante así que le contesté,
- Jefe, yo no estaba haciendo nada malo, solo echando una meadita nomas.
- Ahí si se molestó y me dijo:
- ¿Pero es que usted no sabe que este lugar es sagrado? ¡No puede usted orinar aquí!
- Ah, si es así, ¡le prometo que ya no me voy a lavar la pinga nunca más!
- Y me quité mientras me mentaba la madre. ¿Qué es miccionar, cuñado?
- Mear, pues hermano, mear
- ¡Puta, con razón se asó!
Aun estábamos cagándonos de risa cuando el Loco encontró una camioneta que nos llevó en la parte de atrás hasta Trujillo
Y fue así, cono nuestro Chicamero ha caminado toda su vida bendecido por el dragoncito
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Chicamero a punto de santificar su virilidad |
FS
ResponderBorrarxD!!!
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