3.5.16

Crónicas Adolescentes I

Fernando Salmerón


Fecha: Martes, 14 de junio, 1966. 4:55pm
Lugar: Bodega de Don Celso.
Esquina de Los Granados y Los Laureles.
Urbanización California. Trujillo. 



Tomando Coca Cola y fumando cigarrillos Ducal, se encuentra un selecto grupo de imberbes con edades de trece a quince años, ubicado estratégicamente en las afueras de la bodega, cada uno con la mirada fija en un único objetivo: un automóvil Volkswagen azul, que debe llegar a las cinco en punto. Aparte del uniforme del San José, todos tienen en común un circuito hormonal de testosterona corriendo a velocidades mínimas de trescientos kilómetros por hora.

Para ubicar esta escena es preciso remontarse al año anterior cuando llegaron al colegio San José Obrero varios personajes para enriquecer el ya variopinto y surtido inventario de curiosos especímenes que conformaban la población de la promoción Chaminade 1967, como si necesitaran todavía más animales raros.

En aquel entonces, el único miembro del sexo femenino admitido en el colegio era la secretaria, muy compuestita y de mediana edad, de ojos verdes y con cierta belleza que la hacía parecer una pintura exuberante de Rubens, con piernas gruesas, talle provocativo y ese exceso de grasa característico en todos sus cuadros. No era en modo alguno una mujer sensual ni sumamente atractiva, y estaba ya en la edad en que hay que usar más maquillaje y menos minifaldas.

Aun así, la señorita Gaby fue objeto erótico en los sueños húmedos de toda aquella promoción y poderoso estimulante de esas frecuentes sesiones solitarias y culposas a las que todos se sometían – y siendo honestos, nadie podría negarlo. Quien sabe aplicaba al dedillo aquella frase recién aprendida en el curso de Historia Universal, cuando María Antonieta se enfrenta al pueblo clamando por pan:

“Si no tienen pan, coman tortas”

A esas edades, se come hasta pan duro.

Uno de los nuevos alumnos, a quien llamaremos Chepito, a diferencia de la mayoría de alumnos que se conformaba con lo que podía ver sin esfuerzo, iba periódicamente a la oficina de Gaby con varias monedas en la mano, de preferencia las más pequeñas y las tiraba hacia arriba, como si estuviera jugando y de una manera artísticamente casual lograba tirarlas al suelo simulando una torpeza finamente ensayada.

Inmediatamente exclamaba, mientras se abalanzaba al suelo a recoger sus moneditas con gran celeridad y una evidente excitación:

-        ¡Huy, se me cayeron!

De lejos parecía uno de esos sabuesos husmeando el piso, pero con los ojos fijos en su verdadero objetivo: las piernas y lo que buenamente pudiera verse entre ellas de la desprevenida Vicky, que aparentemente no se percataba de la segunda intención del incidente. Quien sabe era consciente de esto y reprimía placenteramente sus pensamientos de sentirse tan rabiosamente deseada.

Indudablemente, había cierto mérito en la creatividad y audacia de esta movida. Sin embargo, Chepito no era ni de lejos el más afiebrado de la clase, quizás el más creativo. La cantidad de muchachos que solo tenían la sexualidad en mente era probablemente muy cercana al total de ellos.

Volviendo al grupo de la bodega, parte de la rutina diaria, casi tan importante como el aseo personal o la comida era el espectáculo que ocurría cada tarde. Los minutos previos la tensión se podía hasta palpar, todos en silencio, esperando el momento crítico en que al automóvil azul haría su llegada. Las bocanadas de humo ansiosas, los tragos breves y espumosos, la tarde que caía dando un fulgor levemente anaranjado, como para calentar aún más la escena y los jóvenes completamente inmóviles, esperando.

A las cinco en punto hizo su aparición, como todos los días, el Volkswagen esperado.  Se le podía ver llegar desde dos cuadras antes y en esos breves segundos, el silencio se rompía cuando casi al unísono, se escuchaban las voces semi varoniles propias de la adolescencia, llenas de gallos y cambios súbitos de tono:

-        ¡Ahí está!
-        ¡Ya llega!
-        ¡Está a una cuadra!
-        ¡Tranquilos carajo, no hagan roche!

El automóvil siguió su rumbo y se estacionó, como siempre, en la esquina opuesta a la bodega, con la puerta del conductor hacia donde estaban todos los muchachos, y al abrirse, bajó una joven señora, ciertamente agraciada, con una breve minifalda y unas piernas esculturales. En el proceso de salir del auto, debía poner primero una pierna en el suelo, y luego la otra, lo que obligadamente tiraba de la falda hacia arriba, dando espacio a las piernas para realizar tan sencilla y esperada maniobra.




Chepito y los otros siete u ochos habitúes de la esquina, gimieron en silencio al ver tan espléndidas extremidades descubiertas. Todos los ojos la siguieron pertinazmente hasta que ingresó a la casa a la cual se dirigía.  Luego de este orgasmo mental, brevemente y con algunos monosílabos, todos se despidieron, como si no quisieran perder nada de la imagen que se les ha grabado a fuego en el cerebro y que les servirá como estimulante hasta el día siguiente, a la misma hora.

Con toda seguridad, varios de ellos se aislarán en sus habitaciones mientras la imagen aún está fresca para dar rienda suelta a las aficiones de Omán y en la próxima confesión mensual se les podrá ver en la cola del padre Hickolay, confiando que las nubes y vapores alcohólicos de los que vivía rodeado, logren obtener solo un Ave María y un Padre Nuestro como penitencia, amén de la omisión del sermón que el padre Meza les hubiera endilgado, junto con un rosario completo.

También con toda seguridad, la tarde después de la confesión, todos se reunirían en el lugar de siempre a las cinco de la tarde y sin el menor atisbo de arrepentimiento para seguir con la inveterada costumbre. Después de todo, ¿quiénes eran ellos para desprenderse de una tradición tan profundamente arraigada?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario